Cabo. La América se halla prensada entre la Nueva-Bretaña, ó Canadá, la Jamaica y las posesiones antárticas y las de la Oceanía; y por lo que al Asia respecta, empezando en Chipre, siguiendo por Aden (donde se convierte en oro el café de Moka y desde el que se escudriña todo el movimiento de la costa S. E. del África, del cabo Guardafui al de Buena Esperanza) y terminando en el estrecho de Bering, todo habla inglés y nada escapa á la vigilancia de la Gran-Bretaña. El Indostán, enclavado entre dos golfos, está defendido en el de Omán por Aden y la isla de Ceylán, y por ésta y Singapore en el de Bengala; amén del refuerzo de la Australia para tener en jaque á toda la Malesia y la Micronesia en el Océano equinoccial; la Cochinchina no puede moverse entre la Península de Malaca y Hong-Kong; y por último, las concesiones otorgadas en Shang-hai, Tien-tsing y la costa de la China, llevan la influencia del Reino Unido hasta las regiones árticas en el estrecho de Davis, y puede decirse que la Inglaterra tiene al mundo metido en el bolsillo.
Pero hablemos de Aden. Allí dejamos á los viajeros que se dirigen á Zanzíbar, Mozambique, Madagascar, Mauricio y Borbón. Una serie de rocas peladas, sin más vegetación que una lujuriante de artillería de grueso calibre, sirve de asiento á la ciudad. Esta es una de las primeras fortificaciones del mundo; luégo la visitaremos; antes fijémonos en lo que rodea al Tigris. Ya han trepado por la borda multitud de mercaderes y se han cerrado las portillas de los camarotes para evitar el hurto y la rapiña. Aquello es una invasión de hordas salvajes de aspecto aterrador, color de ébano, ojos inyectados en sangre, pelo crespo, sonrisa infernal, alaridos de fiera, desnudos la mayor parte, y ofreciéndote sus mercancías, consistentes en pieles de tigre, de leopardo ó de mono, maderas toscamente labradas, flechas, crises, armas, dientes de animales; la especulación, en fin, en su forma más rudimentaria.