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viaje á china

Moisés, primer alto de los Israelitas después de pasar á pié enjuto el mar Rojo. Por la noche, el pico del monte Sinaí sale á recordarnos los preceptos del Decálogo. El mar se ensancha, bórranse las costas; pero la imaginación le hace adivinar á uno la proximidad de Medina, tumba del Profeta Mahoma, y los vapores que, hacinados de sectarios del Korán en caravana, se cruzan con el nuestro, nos señalan la situación de la Meca, la ciudad santa del islamismo.

Durante tres días el calor nos sofoca. Por fin, llegamos al estrecho de Bab-el-Mandeb, ó puerta de los Suspiros, perfumada con el aroma de los cafetales de Moka. Destacado de la costa africana se ve un peñón; es Perrin, la primera portería del estrecho; aquel guardián habla inglés, y á guisa de llavero ostenta un variado y surtido manojo de cañones. Unas horas más tarde, al amanecer el día 24, otro inglés, con más cañones que el primero, nos abre, por decirlo así, la otra hoja de la puerta, y fondeamos en Aden, pequeño rincón de la Arabia feliz.


Los hijos de Albión han impuesto al mundo conocido la sacramental frase de las casas de Madrid: Nadie pase sin hablar con el portero. Inglaterra es el conserje universal. Desde su casa puede pasar revista á todo el que se proponga dirigirse por el mar del Norte á las regiones árticas. El estrecho de Gibraltar le permite husmear cuanto ocurre en el Océano y el Mediterráneo. Queda un boquete abierto entre la Sicilia y Túnez; lo tapa con Malta; y Constantinopla, sobre la que de hecho ejerce el protectorado, cierra la marcha de esta serie de mamelones, que forman la gran muralla marítima de la Europa. En el triángulo del África es dueña de los ángulos: Sierra Leona, el canal de Suez, en la forma de la mitad de sus acciones, y el