priota que vende fotografías en el bazar, todo difiere de lo nuestro. Ya es el indolente mozo de cordel, que sucio y harapiento, acorta su miseria durmiendo en la arista de sombra que proyecta en la calle el alero de un tejado; ya el habitante de la Arabia pétrea, que con su túnica azul y su tabardo gris, ostenta sobre un fondo de luz los viriles y correctos contornos de una fisonomía abierta como el desierto; ya el beduíno de la fuente de Moisés, con la bruñida y negra faz, destacándose sobre el blanco y recogido turbante, y acariciando la espingarda, compañera de su soledad. Allí se codean la beduina de las montañas de Altaka, con la cara descubierta y llena de ajorcas y de joyeles, y la mujer fellah, de mirada incitante, que lanza rayos de sus pupilas por encima del velo que le cubre el rostro; el chek de la guardia nocturna, de rugosa frente y acusadas facciones, y el beduíno del monte Sinaí, con su turbante en punta y el torso desnudo; la dama turca y la esclava del Sudán; el derwiche y el camellero, el hombre de mar y el de la montaña; el mercader, en fin, de bazar cubierto, y el hijo de los aduares; pero todo con tal perfume de Mahoma, con un sello tan marcado de Corán, que, para que la ilusión sea completa, hasta el cielo parece asociarse á nuestra causa, retrasando el plenilunio, y coronando en una luna creciente el inmenso turbante azul, bajo el que asoma la islamita fisonomía de Puerto-Said.
Volvamos á bordo. Aquí ya nadie canta como en Nápoles; pero todos gritan. El batelero no te transporta al Tigris si antes no pagas al chek el precio del pasaje. El buhonero ya no vende baratijas de su confección, sino artículos de viaje traídos de Europa. El arte se acabó en Italia, para no volver á verlo. En Egipto la fuerza natural impera, pero con un carácter retrógrado á medida que avancemos. Con los primeros albores del día 18, el vapor se pone en marcha para entrar en el canal, admirable corrección hecha por la ciencia