durante el estío en la patricia residencia pompeyana! ¡Qué asombro al visitar aquellas termas, germen en un principio de salubridad y de higiene en una raza guerrera; fomentador más tarde de la corrupción y la molicie en aquellos imitadores de Capua! ¡Qué vergüenza en aquellos templos del amor, con sus lechos de mármol, sus estimulantes del deseo artísticamente pintados en las paredes, y su padrón de ignominia esculpido en la puerta como testimonio de la divinidad á que se rendía culto!
Las ruinas de Herculano son más importantes en el concepto del arte; pero lo difícil del descenso y la premura de nuestro viaje nos impiden ir á verlas.
Tomemos el tren, y atravesando verjeles llenos de quintas, con sus colgantes de macarrones puestos á secar en todas las ventanas (y de que el pueblo napolitano hace un inconcebible consumo, comiéndolos la gente baja con las manos y por madejas), volvamos á Nápoles, y á uña de caballo, echemos una ojeada al museo de Borbón. Vasto y suntuoso edificio; posee numerosos y notables cuadros; y en escultura se honra con el grupo de Farnesio; pero como no podemos apreciar una por una las bellezas que atesora, vamos á ceñirnos á una sola, aunque típica especialidad. Me refiero á la venta de copias de aquellos lienzos maestros, ejecutadas, no diré por artistas, mas sí por obreros del arte de Apeles que, á centenares, invaden las espaciosas crujías del palacio y asaltan al curioso con ofertas tentadoras y en competencia sin igual. Allá va un ejemplo para muestra: una copia de una Santa Familia del Sarto, midiendo media vara, tendida en un bastidor con cuñas, y aunque ligeramente tratada, representando un trabajo de tres sesiones por lo menos, me ha sido adjudicado en la suma de.... una peseta!
Y basta, que nos esperan á bordo. Atravesemos á escape la Chioja y Toledo, las dos grandes arterias de