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enrique gaspar

Pasemos el estrecho de Bonifacio, con la Córcega á un lado y la Cerdeña al otro. ¿Ves á la derecha una casita blanca con un toldo de pámpanos? Es la residencia de Garibaldi en Caprera. El brazo de la unidad italiana está allí para señalar enfrente al viajero la cuna de los Bonapartes.

Alborea el día 13 y fondeamos en Nápoles. Su extensa y hermosa bahía se baña de luz; los vendedores de objetos de coral y de lava invaden el Tigris, mientras los músicos ambulantes, metidos en lanchas, te saludan con sus cantos populares, llenos de poesía y ejecutados con una admirable precisión por jovencillas vivarachas de ojos de fuego, para quienes la música es como la palabra: no saben cuándo la aprendieron.

El vapor debe zarpar á las nueve, y no hay tiempo para visitar todo lo notable que encierra este primer punto de escala. Afortunadamente, yo la conozco desde mi regreso de Atenas y voy, aunque muy de prisa, á señalarte lo que más impresión ha de producirte.

Figúrate que desembarcamos á las seis de la tarde.

En primer lugar, tomemos un sorbete en casa de Benvenuto; es un tributo que hay que pagar al gran confeccionador de helados que tiene Europa. Por media lira, ó sean dos reales, te sirven una como rodaja de queso de bola, de dos dedos de gruesa y en forma de media luna, que te deja recuerdo indeleble del nombre de pezzi con que lo bautizan. De allí nos vamos al teatro de San Carlos, suntuoso edificio dirigido por un arquitecto español y academia en que se sanciona, como en la Scala de Milán, la fama de los artistas líricos.

Ya es media noche y el estómago pide que nos ocupemos de él; por consiguiente, en lugar de meternos entre las ahogadas paredes de un restaurant, nos vamos á Santa Lucía. Allí, á la orilla del mar, al aire libre, sobre magníficas mesas de mármol, alumbradas por globos de gas, unos criados vestidos de rigurosa eti-