armados de revólvers, tienen la consigna de levantar la tapa de los sesos al que no se someta á la disciplina del caso.
¡Delisioso! como diría el capitán de la zarzuela Robinson.
Y enterado ya de lo que es el domicilio flotante y de la vida que en él has de llevar, pasemos á lo que podrás ver, si te da la ocurrencia de venir á hacerme una visita; para lo cual principias por gastarte dos mil francos para meterte como un libro en el estante de una biblioteca; y una vez encasillado, si el mareo no te vuelve tísico, ó la diferencia de climas no te mata, ni te asfixia el mar Rojo, ni la nostalgia te impele á suicidarte, ya estás seguro de que á menos de que la máquina estalle, ó se declare una manga de agua que sumerja el buque, ó que haya un incendio á bordo, ó que otro barco aborde el tuyo, ó que un error de cálculo en una noche oscura te haga estrellar contra una roca, ó que el mistral te quiera guardar en el Mediterráneo antes de que el Monzón pueda engullirte en el Océano Índico ó devorarte un Tiffón en el mar de la China, ya estás seguro, repito, de llegar sano y salvo á Hong-Kong y poder exclamar al pisar sus playas: «Me separan de mi casa treinta y ocho días de mar y tres de tierra, descompuestos en tres mil leguas de veinte al grado. Aquí son las ocho de la noche y en mi patria apenas si será medio día: me hallo en pleno Celeste Imperio y he hecho la mitad de la vuelta al mundo: escribiré mi llegada á la familia y antes de tres meses tendré la contestación, si la manda á correo seguido.»
Créeme, llévate pañuelo, porque sino tendrías que secarte más de una lágrima con el dorso de la mano.
En fin, no pensemos más en ello; el comandante sobre el puente, grita con voz de trueno: «Larguez tout: en avant», y las amarras se divorcian de los bitones.
Partamos.