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enrique gaspar

de la naturaleza. Ora, al cruzar la antigua Hélade, robaba sus secretos á la mitología apercibiéndose de que los cíclopes no eran más que los primeros explotadores de las minas bajando á las entrañas de la tierra con una linterna en la frente, convertida por los poetas en un ojo; ya al cortar los confines del Asia y de la América, sorprendía que los siberianos habían sido los pobladores de las regiones descubiertas por Colón, pues los veía atravesar en caravanas, lo que entonces era un istmo, abierto más tarde por las aguas para formar el estrecho de Behring; el Mediterráneo no existía; los Alpes eran una llanura; el desierto de Lybia un mar. Tras los hijos de Caín, aparecía el cadáver de Abel: después del Paraíso la Creación...

Una carcajada sacó á Benjamín de su estupor: era don Sindulfo que, recreándose en el asombro del arqueólogo, gritaba en el paroxismo de la locura:

—Habéis provocado mi venganza y yo no cejo en la empresa.

—¿Qué?—exclamaron todos presintiendo alguna nueva desventura.

—Creíais caminar hacia adelante, y ya veis que seguís retrocediendo.

—¿Pero aquí no se acaban las tribulaciones?—decía Juana.

—Ce noz orvidó trincarlo.

—Cambiemos de rumbo.

—Sí.

—Es inútil—prosiguió el loco con sus carcajadas convulsivas.—¿No observáis que viajamos con una velocidad quintuplicada? No hay quien nos detenga: he destruído el regulador, y el Anacronópete disparado corre á precipitarse en las masas candentes primitivas.

—¡Horror!...

—La muerte nos espera á todos en el caos.

—¡El caos!