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CAPÍTULO XX
El mejor, no porque sea el más bueno, sino por ser el último


S

esteaban tranquilamente los pastores mientras el ganado se esparcía por la falda de la montaña ó por las laderas de dos ríos que, al cruzar sus brazos, parecían decirse estrechamente adiós como si presintieran que en su curso iban á separarse para no volver á reunirse nunca.

Los labradores en el valle, congregados en familia, dormitaban bajo sus tiendas, soñando tal vez al resguardarse de los rayos del sol, en el botín que la noche les reservaba en el ataque de la vecina tribu.

La mujer, reducida en aquellos tiempos á la condición de animal el menos mimado del hombre, adere-