con que un vástago ilustre de los García, la Malibrán, es nombrada en el mundo del arte cual pudiera serlo la Bernaola en el de los criminales célebres. Llevaba sus cincuenta años, no con el soberbio orgullo del titán aportando la piedra para escalar el cielo, sino con la resignación del mozo de cordel que transporta un baúl. Pequeñito, con sus guedejas lisas y en correcta formación, el traje muy cepilladito y como colgado de su armazón de huesos, tenía una de esas caras que parecen hechas bajo la influencia del nombre del que las ha de ostentar. En suma, era digno de llamarse D. Sindulfo García y merecedor del apodo de Pichichi que su criada le había puesto por sambenito. Tal era la envoltura que la sabiduría eligiera para asombrar al mundo probando una vez más que bajo una mala capa se esconde un buen bebedor.
La comisión tomó asiento debajo del órgano monumental; el presidente agitó una campanilla de plata, la sesión quedó abierta, y el inventor del Anacronópete pasó á ocupar la tribuna á través de una tempestad de aplausos que apagó, no su voz harto débil é insonora, sino el movimiento de sus labios que hizo comprender á la multitud que había pronunciado el sacramental «señores» comienzo de todo discurso.
Restablecido el silencio, el héroe se expresó de esta manera.—Seré breve porque cuantas más horas consuma más alargo la distancia que me separa del ayer a donde me dirijo. Seré vulgar, porque, sancionadas mis teorías por el mundo sabio, sólo me resta hacerme comprender de todos. Ello no obstante contestaré á cuantas objeciones se me hagan.
Mi propósito nadie lo ignora, es retroceder en el tiempo, no para detener el continuo movimiento de avance de la vida, sino para deshacer su obra y acercarnos más á Dios encaminándonos á los orígenes del planeta que habitamos. Pero para explicar cómo se deshace el tiempo, es preciso que antes sepamos de