—Yo no quiero ser responsable de la muerte de mi prójimo—dijo la pupila eludiendo la oferta.
—Tú, Juana.
—No, que estoy segura de sacar la jota. Que escoja la emperatriz, que justo es que le toque á ella la China.
Y ya le iban á presentar el bombo á Sun-ché, cuando un bulto que se desprendía por uno de los ventiladores, hizo volver á todos la cabeza hacia aquel sitio.
—¡Don Sindulfo!—gritó el arqueólogo dejando caer las piedras.
—¡El loco!—exclamaron los circunstantes no atreviéndose á creer lo que veían.
Era realmente el asendereado tutor el que, excitado por la locura, aunque impotente por la inanición, se presentaba á sus ojos convertido en un esqueleto parlante.
¿Cómo se encontraba allí? Es muy sencillo. Al arrojarle al Vesubio, su cuerpo en vez de seguir hasta el fondo, se detuvo en una de las rocas salientes del interior del cráter. La inalterabilidad á que estaba sometido le permitió no sólo resistir la caída sin el menor daño, sino soportar también la alta temperatura de aquel antro en fusión. Al verificarse la erupción fué lanzado al espacio con la peña que le sustentaba; pero como en aquel instante el Anacronópete, al salir huyendo de Pompeya, cortase la parábola que don Sindulfo describía, uno de los tubos de desalojamiento le recibió como el buzón recibe una carta, produciendo aquel extraño ruido que los viajeros tomaron por el choque de una piedra sobre el vehículo.
—¿De modo, que del boleo que le dió á usted el volcán, vino usted á colarce por el rezpiradero del ana compepe?
—Sí; para satisfacer mi venganza.
—¿Cómo?
—Al oir que mi sobrina y Luís se abandonaban á los mayores transportes de felicidad: al ver vivo al rival