las explicaciones y muy particularmente la que con la reaparición de los hijos de Marte se relacionaba. Ésta no podía ser más sencilla.
Mis lectores recordarán sin duda unos martillazos que don Sindulfo y Benjamín oyeron mientras recorrían el Anacronópete la noche que pernoctaron en China. Pues bien, dábanlos los mílites que, buscando asilo más seguro para hacer la travesía aérea que los parapetos de las provisiones, se confeccionaron, con unas lonas embreadas que había en la cala, un enorme zurrón ó hamaca tendida en el espacio hueco del podio, con la que comunicaban merced á una abertura, provista para mayor disimulo de su correspondiente compuerta, practicada junto á la guillotina de la descarga, y donde el gas respirable entraba por un tubo de goma á través de un simple agujero.
—De modo—concluyó Pendencia—que cuando don Pichichi, que requiezcat, creyó arrojarnos en el dezpacio, no hizo más que abrirnos la puerta prencipal de nuestra propia caza.
Dadas gracias á Dios y celebrada la ocurrencia:—Ahora escapemos; la tierra de Noé nos aguarda—dijo Benjamín sacándose del pecho los cordeles que había conservado en medio de tanta tribulación.
Embriagados todos en su felicidad le siguieron automáticamente; pero al llegar á la puerta la encontraron cerrada; y, por los alaridos que daba el populacho al exterior, dedujeron que forzarla sería imprudencia. Y efectivamente, todo el pueblo acarreando muebles, canastas, maderos y cuantos utensilios pudieran servirles para formar barricadas, levantaban una colosal alrededor del edificio en el que los anacronóbatas iban á ser sitiados por hambre.
La situación era grave. Restituídos al redondel, ya se habían puesto á discutir en consejo de familia, cuando un estampido horroroso retumbó en todos los ámbitos de la ciudad y una luz cárdena iluminó el es-