omponíase el espectáculo de dos partes. En la primera el sabio español se despedía de sus colegas, de las autoridades y del público de París con una conferencia dada en el palacio del Trocadero, en la que, supliendo el tecnicismo con demostraciones vulgares, se proponía hacer comprensible á los menos versados en ciencias, los principios fundamentales de su invención. Formaba la segunda la elevación del monstruoso aparato desde el Campo de Marte hasta la zona atmosférica en que debía realizarse el viaje. Para ser testigo presencial de la última, bastaba haber satisfecho la cuota de entrada en el recinto de la exposición, trepar á las eminencias ó diseminarse por las llanuras en espacio abierto; y es lo que, como hemos visto, hicieron las masas desde que empezó á alborear, poniendo á prueba la prudencia y los puños de la gendarmería que al fin logró evi-