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enrique gaspar

y entregada á tristes pensamientos. Pendida del derecho arrastrábase mejor que andaba la más digna de compasión de todos: la desventurada pupila que por breves horas había tocado el séptimo cielo de sus ilusiones para ser precipitada desde más alto en los últimos abismos de la desesperación.

Juana era la única que, no obstante la gravedad de las circunstancias, no se abandonaba al desaliento.

—Verá usted—decía—cómo á lo mejor nos los vemos aparecer por ahí vestidos como judíos del monumento.

—No, esta vez los hemos perdido para siempre.

—¡Quiá! Si ellos son como el ave Félix que según cuentan renace después de hecha cecina.

—Por fin llegamos—exclamó Benjamín deteniéndose en un quadrivium ó desembocadura de cuatro avenidas, en cuyo centro se alzaba la estatua de Nerón dando frente á la puerta de Herculano situada en la extremidad de la calle Domiciana.

Invitados los viajeros por el impaciente sabio á tomar algún reposo mientras él se libraba á sus excavaciones, Clara y Sun-ché se recostaron en los poyos de una fuente que junto á ellas corría con manso murmullo; y, entregadas á sus reflexiones, quedáronse pronto, si no dormidas, aletargadas.

Juanita, en la esperanza de ver aparecer á Pendencia en la forma de centurión ó de draconarius, se quedó haciendo compañía al arqueólogo amenizándole la tarea con sus aceradas pullas.

La situación del tesoro estaba tan perfectamente señalada en el plano, que á la media hora escasa de remover la tierra, el zapapico tropezó en un cuerpo resistente.

Benjamín, con el corazón hecho un molino de viento, desenterró una pequeña caja de metal que, sin inscripción alguna, revelaba servir sólo de estuche á algún objeto precioso. Abierta por fin en medio de la mayor ansiedad, sacó á luz el políglota unos manojos de cor-