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el anacronópete

dimaqueres con su polvo, sus rugidos, su sangre y sus cadáveres.

Pero á las ya expuestas uníase aún otra circunstancia. Habiendo consumido un incendio en Roma el Capitolio, el Panteón, la Biblioteca de Augusto y el Teatro de Pompeyo, amén de otros monumentos menos importantes, Tito prometió que todo sería reedificado á sus expensas; y, rehusando los donativos que le ofrecían así las ciudades del imperio como los príncipes sus aliados, vendió hasta los muebles de su palacio para cumplir su palabra. El entusiasmo público desbordó en todas partes organizándose festejos con que solemnizar la largueza del emperador. Pero los secuaces de Domiciano, valiéndose de ocasión tan propicia para tomar en ridículo la clemencia del soberano, indujeron á la plebe á reclamar con tal insistencia la restitución de su espectáculo predilecto, que Tito debió ceder ante el clamor general y, al inaugurar su célebre anfiteatro, otorgó gladiadores, naumaquias ó combates navales y hasta cinco mil fieras. Los pompeyanos no fueron los que contribuyeron en menor parte á esta dolorosa reconquista instigados por el Præfectus urbis.

Era el anochecer del día 7 de Setiembre del año 79 de Jesucristo. El Ceryx encargado de la conservación del orden, recorría presuroso todos los puestos recomendando á sus vigiles que atendieran á la seguridad pública, sin oponerse no obstante al torrente popular que, desbordando de las termas, de la Basílica, de los templos de Júpiter y Hércules, de las tiendas de la avenida de la Abundancia y de los tugurios de la calle de la Fortuna, se dirigía en tropel á la morada del Pretor, llevando teas encendidas y gritando como en la Roma cesárea:

—¡Panem et circenses!...

El Prefecto, queriendo cubrir con cierto velo de legalidad su propia obra, presentóse en la puerta de pa-