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enrique gaspar

algún inminente peligro, corrieron tras él con intención de detenerle.

Luís, capitaneando á los suyos, fué el primero en llegar á la bodega; pero el doctor, que acariciando su plan se había ocultado capciosamente, apenas vió á los hijos de Marte y á su sobrino en medio de la estancia, hizo girar el portón de la limpieza, y los diez y siete héroes desaparecieron en el espacio entre los gritos de las enamoradas doncellas y de Benjamín, que al ir en su seguimiento sólo alcanzaron á ser testigos de tan horrorosa catástrofe.

—¡Salvémonos!—fué la voz general, sin que nadie pensara en desmayarse ante la gravedad de las circunstancias. Y todos se abalanzaron á la escalera; pero Benjamín, apercibiéndose de que don Sindulfo trataba de cortarles el paso subiendo por otra escala espiral que había en el fondo, aconsejó á las tres cadavéricas mujeres que le esperasen allí; y trepando como un gamo por los salientes de la maquinaria, se introdujo por la claraboya del techo en el laboratorio, paró en seco el Anacronópete, interpuso previsoramente el aislador, descendió por el mismo conducto y, abriendo la puerta, abandonó con sus compañeras de infortunio aquel lugar de muerte antes de que el loco se apercibiera de su fuga.

La suerte les favorecía en medio de tantas contrariedades. Habían arribado a Pompeya.