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el anacronópete

sin más intención que la de colocárselo á su gusto.

—No niego—objetaba un cuarto—que es maravilla y grande surcar á medida del deseo las corrientes atmosféricas; pero esto más tarde ó más temprano hubiera acabado por hacerse. Lo que no concibe la inteligencia humana, es que con ese vehículo pueda el hombre retrogradar en el tiempo saliendo hoy de París después de comer en Véfour para llegar ayer al monasterio de Yuste y tomar chocolate con el emperador Carlos V.

—Eso es imposible—gritaron todos.

—Para nosotros los ignorantes—prosiguió el que hacía uso de la palabra.—No así para la ciencia que ha sancionado la invención en el congreso último. De todos modos, pronto saldremos de dudas. El señor García parte hoy en su Anacronópete para el caos, de donde se propone regresar dentro de un mes trayendo las pruebas de su expedición fabulosa.

—Apuesto á que el inventor es un bonapartista que quiere poner de nuevo sobre el trono de Francia al traidor de Sedán—vociferaba el patriota.

—Ó traernos el Terror con Robespierre—decía apretando los puños un partidario de la causa legitimista.

—Poco á poco—argumentaba un sensato.—Si el Anacronópete conduce á deshacer lo hecho, á mí me parece que debemos felicitarnos porque eso nos permite reparar nuestras faltas.

—Tiene usted razón—clamaba empotrado en un testero del coche un marido cansado de su mujer. En cuanto se abra la línea al público, tomo yo un billete para la víspera de mi boda.

Celebrando estaban aún todos la ocurrencia, cuando el ómnibus (no sin gran riesgo de aplastar á la apiñada muchedumbre) se paró en la cabeza del puente; y, apeándose, cada cual trató de abrirse paso como pudo para dirigirse á su destino.

Parece ficción lo que acabamos de oir, y sin embargo