cubrimiento de aquella especie de metafísica experimental, concluyó por dar al loco la razón; que era como perder la suya.
—Es indudable. ¡Eureka!—gritó como Arquímedes abrazando á su amigo.
—Pero si aquella no hablaba—insistió Juanita—y ésta echa cada discurso como un diputado.
—Ezo no; porque ci zu marido no entiende lo que dice, para él ez lo mismo que ci fuese muda.
—Además—dijo Luís sonriendo—que si entonces perdió el uso de la palabra, tal vez fué un castigo del dios Budha: por el abuso que de ella hizo acaso en una existencia anterior.
—De modo—argumentó Clara aprovechando aquella ocasión de romper sus cadenas—que ya cesará usted de perseguirme; porque ligado como está usted á esta señora por los vínculos del matrimonio, no pretenderá usted casarse conmigo cuando nuestra religión proscribe la bigamia?
El doctor, al sentirse hostigado en lo que precisamente constituía su preocupación desde que sorprendido hubo la afinidad de la emperatriz con Mamerta, estalló al ser argüído de aquel modo por Clara, y de la monomanía pacífica pasó al vértigo furioso.
—¿Desistir yo de un cariño al que he consagrado todas las fuerzas de mi vida, mi actividad, mi inteligencia?—decía apretando los puños y haciendo rodar los ojos en sus órbitas.—¡Oh! Nunca.
—¡Que muerde!—interrumpió Pendencia separándose por precaución, como los demás, del delirante sabio que persiguiéndolos añadía:
—No. Si el destino me es adverso, lucharé contra el destino; pero serás mi mujer aunque para ello tenga que ir hasta el crimen.
—Es inútil—repuso la atrevida Maritornes.—Si aunque nos degüelle usted, aquí los muertos resucitan.