—¿Cómo?
—¡Por la metempsícosis!!...
Los profanos no entendían ni una palabra; pero el políglota se quedó pensativo luchando entre la fe y la duda.
—Diga uzté; ¿y ezo ce come con cuchara ó con tenedor?
—¡La metempsícosis!—prosiguió el sabio sin atender á observaciones.—La transmigración de las almas, por la cual el espíritu de los que mueren pasa al cuerpo de otro animal racional é inmundo según sus merecimientos en vida.
—¡Ay!—arguyó Juanita.—Pues lo que es ustedes dos, por lo chinches que han sido con nosotros, van á parar al Rastro.
—¿Es decir—interrogó el sobrino, á quien el asunto empezaba á interesar—que la emperatriz por una serie de transmigraciones llegó en su última evolución á ser la esposa de usted?
—Justamente. Y al retrogradar en el tiempo se nos presenta bajo la envoltura real que tenía en esta época, como en el alto que hicimos en África pudimos—á haber tropezado con ella—hallarla convertida en vegetal ó en acémila entre los bagajes.
—Permítame usted—objetó Benjamín.—Nosotros somos cristianos y nuestro dogma rechaza esas teorías.
—¿Y qué importa?—replicaba el demente exaltándose por grados.
—Nosotros somos católicos; pero ella es china, sectaria de Budha; luego bien puede transmigrar según prescribe su religión. Porque ¿quién le dice á usted que la Providencia no impone sus castigos con arreglo á las creencias que profesa cada uno?
Todos, menos Sun-ché, que estaba como en el limbo sin saber lo que pasaba, comprendieron que el pobre doctor tenía el juicio extraviado. Sólo Benjamín, á fuer de hombre de ciencia, entusiasmado con el des-