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enrique gaspar

pero al llegar al pasillo, oyeron las explicaciones que sobre la inalterabilidad estaba dando Benjamín á las parisienses; y como el capitán de húsares tenía sus rudimentos de física, propinóse con sus compañeros unas corrientes del fluido y opinó muy sabiamente que permaneciendo ocultos servirían mejor la causa de las reclusas doncellas que exponiéndose, si se exhibían, á ignotas contingencias provocadas por los celos del tutor. Y así es cómo ocultos en sus gazaperas llegaron á China oportunamente para evitar una catástrofe.

Apuntó Benjamín estas observaciones en su memorandum particular; pero abstúvose muy mucho de divulgarlas, prefiriendo dejar á todos en la persuasión de lo maravilloso á confesarse reo de ineptitud.

El segundo problema era más difícil de resolver. ¿Cómo á través de diez y seis siglos una emperatriz china se presentaba á sus ojos con tan señaladas diferencias físicas, pero con analogías de organización tan evidentes con aquella Mamerta ahogada en las playas de Biarritz? Ensimismado estaba el políglota en tan metafísicos conceptos y ya el trayecto casi tocaba á su fin sin que hubiese podido coordinar dos ideas afines, cuando unos gritos desaforados que partían del gabinete de don Sindulfo le sacaron de su abstracción.

—¡El loco! ¡El loco!—exclamaron los excursionistas, que al oir las voces acudieron precipitadamente en busca de Benjamín.

—Sí, ¿Qué podrá ser?

—Algún calambre en la mollera—dijo el andaluz.

É instintivamente todos se dirigieron al cuarto; pero apenas iniciado el movimiento, la puerta se abrió; y don Sindulfo con el traje en desorden, las manos crispadas y la púrpura de la ira en el semblante, hizo irrupción en el laboratorio vociferando:

—¡Maldición!—Ya dí con la clave del enigma. Ya comprendo cómo Sun-ché puede ser mi difunta Mamerta.