el papiro una mancha circular bajo la que en correcto latín se leía: «Efigie pétrea de Nerón.»
—Parece ser—prosiguió la emperatriz—que el conocimiento de esta circunstancia pasó tradicionalmente por varias generaciones sin que nadie se atreviera á evidenciarlo; hasta que el intrépido mártir cuya muerte sentimos, se resolvió á sacarlo á luz; pero acusado de profanación por habérsele sorprendido en el instante en que se disponía á zapar la estatua, consiguió á duras penas evadirse de la prisión y llegar á mis dominios donde tuve la fortuna de conocerle. Una expedición secreta á su patria estaba ya decidida para hacerse con el misterioso talismán, cuando el fin que todos sabéis ha venido á destruir nuestros proyectos.
—Aún vive quien los secundará—dijo Benjamín con los ojos centelleantes de entusiasmo. Y dirigiéndose á los suyos:—Á Pompeya—añadió.
Algunas protestas levantó aquel grito; pero la felicidad es tan complaciente y era tan natural el deseo de los viajeros de hacer una excursión por el pasado, libres ya de los riesgos que hasta entonces habían corrido, que aplacados los murmullos, Benjamín orientó el vehículo y poniéndolo en movimiento, hizo rumbo hacia la hija tan feliz como mimada del risueño golfo de Neápolis.
Las siete horas que habían de tardar en recorrer los ciento cuarenta y un años que separaban á los anacronóbatas del principio del tercer siglo al último tercio del primero, no eran intervalo para que se aburriesen unas personas que tanto tenían que contarse y tantas curiosidades que admirar. Capitaneados pues por Juanita, los neófitos pusiéronse á girar una visita de inspección al Anacronópete en tanto que Benjamín, normalizada relativamente la situación, buscaba la causa de aquellos efectos fenomenales.
Lo primero que trató de explicarse es la aparición de los mílites evaporados. Retrogradó por consiguien-