—Calma, amigo mío, calma—repetía Benjamín no menos absorto que el tutor ante la analogía de la soberana con la hija del banquero zamorano. Mientras no nos expliquemos racional ó científicamente cómo una mujer española y del estado llano, ahogada en el siglo xix, puede ser una emperatriz china del siglo tercero, estamos en el caso de suponerlo todo pura coincidencia.
—Pero, hombre de Dios—arguyó Juana:—si eso es achaque de cada hija de vecino; la gramática parda del sexo. Y yo misma, si no hubiera usted sido mi señor, del primer ataque que me tomo cuando nos sacó usted de París, le deshago á usted el depósito de la sabiduría.
—¡Y los cazcoz zon para ello!—repuso Pendencia haciendo notar los puños que Juanita crispaba.
—¿No tendría la difunta alguna especialidad más marcada á cuyo cotejo someter á la emperatriz por vía de prueba?—preguntó el capitán de húsares participando de la extrañeza general.
—Piénselo usted bien—insistió Clara.
Don Sindulfo recogió un momento sus ideas, y después de reiterados esfuerzos:
—Sí—exclamó dándose un golpe en la frente y sacando del reverso de la solapa una aguja que enhebrada tenía siempre á prevención para ensartar papeletas del catálogo.
Y antes de que los circunstantes pudieran inquirir su propósito, dirigióse á donde Sun-ché se hallaba descansando del accidente.
—Cósame usted esto—dijo arrancándose bruscamente un botón de la levita, y presentándoselo á la emperatriz, á quien miraba de hito en hito para no perder detalle del experimento.
La buena señora que, no entendiendo nada de lo que ocurría en torno suyo, comenzaba á aburrirse, echó mano al botón considerándolo un objeto de curiosidad;