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enrique gaspar

él lo que, á pesar de llamarse París el cerebro del mundo, no cabía en su cabeza.

—Pero, diga usted, señor capitán—preguntaba á uno de húsares de Pavía un caballero que con diez y nueve individuos más se dirigía en ómnibus al sitio de la experiencia. Usted como español debe estar enterado del mecanismo del Anacronópete.

—Dispense usted—respondió el interpelado:—Yo sé batirme contra los enemigos de mi patria; ser comedido con los hombres, galante con las señoras; conozco la disciplina, la táctica y la estrategia; pero en punto á navegar por el aire sólo he aprendido a ser manteado en el colegio cuando no tenía la petaca bastante repleta para abastecer á mis condiscípulos.

—Con todo—insistía el preguntón.—Á mí se me figura que en calidad de compatriota del sábio inventor del aparato, debe usted poseer nociones más exactas de él que un extranjero.

—Me honro con el título de español y soy además sobrino del señor García; pero no tengo más luces sobre el asunto que cualquier otro.

La noticia del parentesco del capitán con el coloso científico, redobló la curiosidad de los viajeros, que empezaron á querer encontrar en él huellas de su tío, como en las desiertas llanuras de Maratón ó entre los viñedos de los campos cataláunicos buscamos las pisadas de Milcíades ó el casco del corcel de Atila. Las mujeres preguntaban si don Sindulfo era casado; los hombres si tenía alguna condecoración, y todos si era pariente de Frascuelo.

—Pero, en resumidas cuentas, ¿qué se propone?—decía uno.

—Lo que estamos hartos de hacer los franceses—exclamaba un patriota exaltado.—Viajar por los aires.

—Sí; mas con dirección fija y con una velocidad vertiginosa—argüía prudentemente un guardia nacional reparando que el húsar echaba mano del sable