—¿Tenéis más cómplices?—preguntó el emperador á Clara, que con desesperados esfuerzos protestaba de su inocencia.
—Advierte—añadió Hien-ti—que mis bodas no han sido más que un pretexto para descubrir vuestros planes. Sólo la delación puede salvarte la vida. Responde.
Clara hizo un gesto negativo.
—¿Y bien? ¿Vuestras órdenes—dijo Tsao-pi al tirano.
—Cumple con tu deber—repuso éste tras breve pausa. Y para que mi pueblo vea que nada me hace retroceder ante la salud del estado, comienza el sacrificio por la emperatriz rebelde y por los encubiertos partidarios de los gorros amarillos.
Y mientras obligaban á los reos á arrodillarse delante del dragón, un pelotón de arqueros destacándose de las fuerzas se aprestó espontáneamente á consumar la hecatombe.
Apuntaron en efecto; pero al dar el emperador la voz de tirar, volvieron contra éste sus armas y el feroz Hien-ti cayó sin vida en el suelo atravesado por las flechas y bañado en sangre. Sus soldados, poseídos de la superstición de que cuando el jefe muere, sus legiones no alcanzan jamás la victoria, emprendieron despavoridos la fuga sin que los esfuerzos de Tsao-pi los pudieran detener, y perseguidos por los defensores de Sun-ché que libertados de sus trabas por los arqueros corrieron á coronar su obra.
Entretanto las inocentes víctimas restituídas á la existencia, se abrazaban entre sí, lloraban de emoción;