—No tardaréis en convenceros ante la evidencia. La rebelión debe estallar esta misma noche en el yamen; pero será sofocada, yo os lo juro. Los rebeldes me son conocidos y mis precauciones están tomadas.
—¿De modo que esos impostores eran realmente sectarios de los gorros amarillos?
—Y parciales de la emperatriz.
Aquí llegaban en su diálogo cuando la comitiva nupcial empezó á trasponer con solemne paso el patio de honor, y á la voz de alerta cada cual se aprestó á llenar su cometido. Linternas y banderolas componían el fondo de esta procesión terminada por el palanquín de la desposada, á cuya puerta caminaba de vigía el maestro de ceremonias delegado por el augusto consorte para la presentación. Don Sindulfo, Benjamín y Juana hacían uso de su derecho de rodear la litera como miembros de la familia. Los cortesanos y la servidumbre venían detrás. Fuerzas de caballería cerraban la marcha.
Depuesta la preciosa carga en mitad del patio, previas las rituales genuflexiones, King-seng entregó la llave del palanquín al monarca que, saliendo al encuentro de su futura, la condujo al templete. Acto continuo el jefe de los letrados leyó los preceptos de Confucio sobre los deberes que contrae la mujer para con el marido; y á felicitar á Hien-ti comenzaba en nombre de la academia cuando una melancólica canción de ritmo particular hizo volver la cabeza á los circunstantes que, atónitos, vieron aparecer á la emperatriz por entre las abiertas fauces del dragón sagrado.
—¡Sun-che!—exclamó toda la corte presa de sentimientos distintos.
—¡Traición!—gritó Hien-ti ante la resurrección de su víctima.
Pero la extrañeza de los celestiales al recuperar á su soberana era juego de niños ante la que experimentó Juanita al sentirse cogida de los brazos como con tena-