un congreso de buzos. Y sobre todo (perdón si me repito) que arrancar en lunes del terreno de aluvión para llegar en martes al eoceno, en miércoles al permeano y concluir la semana en el mar de fuego; trasladarse en veinte horas desde Francia al Senegal por la vía aérea; ó alcanzar por la submarina el fin de un viaje más tarde ó más temprano, pero siempre después, encierra una idea de posterioridad que hace monótona la misión de la ciencia, corriendo invariablemente tras el mañana como si el ayer le fuese conocido.
El mundo es la casa de la humanidad, cuyos habitantes al irse multiplicando, van añadiendo pisos á la fábrica con el fin de estar con más holgura; pero sin cuidarse de estudiar los cimientos del edificio, para cerciorarse de que podrá resistir el peso abrumador que le echan encima. Cuando tan desfigurado vemos media hora después el hecho de que hemos sido testigos treinta minutos antes ¿podemos confiar ciegamente en los relatos que la historia nos hace de los tiempos primitivos sobre los que fundamos nuestra conducta por venir? Si por una serie de deducciones Boucher de Perthes creyó probar la existencia del hombre fósil, ¿no es posible que el fémur que él tomó por humano perteneciera en la escala zoológica á algún congénere de la montura del escudero de don Quijote? El pasado nos es absolutamente desconocido. Las ciencias retrospectivas al estudiarlo, proceden casi por inducción, y mientras no tengamos conciencia del ayer, es inútil que divaguemos sobre el mañana. Antes que ir á la negación por las hipótesis del futuro, aprendamos á creer en Dios tocando de cerca los maravillosos orígenes de su colosal obra de arquitectura.
Tales eran los principios filosóficos del doctor en ciencias exactas, físicas y naturales don Sindulfo García, y su aplicación el espectáculo á que aquel pueblo, ávido de emociones, concurría en masa con la ansiedad y la duda que necesariamente debía despertar en