del tiempo, debía su resurrección á la circunstancia de no estar sometida á la inalterabilidad, dejaron al mandarín en su creencia, tanto por lo que tenía de racional, cuanto por lo que favorecía sus planes.
—¡Cómo! ¿Son éstos?—adujo la emperatriz al enterarse de la situación y besando con transportes de gozo á Clara y á Juanita; con gran contentamiento de la última que por primera vez se veía objeto de las caricias de una soberana.
—Sí; estos son los que han roto vuestras cadenas. Desgraciadamente llegaron tarde para librar de la muerte al occidental su hermano, que como no ignoráis os precedió en el suplicio.
—¡Pobre mártir!—articuló Sun-ché tributando un triste recuerdo al que fué su mejor amigo.
Pero de pronto, levantando sus hermosas pupilas negras y fijándolas en don Sindulfo y en Benjamín que, con fruición arqueológica, saboreaban aquel triunfo de la ciencia,
—Es extraño—repuso.—Yo os he visto antes de ahora. Vuestras facciones despiertan en mí un recuerdo vago y confuso que no acierto á precisar.
—¡Ca! No lo crea Usía—interrumpió Juana.—Si estos moscones no se separan de nuestro lado. Son dos granos malignos que nos han salido á la señorita y á mí.
El políglota, buscando la lógica de tamaño fenómeno, supuso, y así se lo comunicó á su amigo, que la momia al volver á la vida los había visto en la bodega á través de algún resquicio de la caja; pero que, expuesta á síncopes frecuentes antes de entrar en la plenitud de la existencia, había perdido la noción del tiempo en sus alternativas de insensibilidad, atribuyendo así á épocas remotas sucesos recientes. Error craso, como se probará en el curso de esta inverosímil historia.
—¿Pero qué significa esta música? ¿Qué anuncian estos aprestos de fiesta?—preguntó Sun-ché al oir unos