La idea de una lucha con resultados desconocidos no era en verdad halagüeña para gentes pacíficas, agenas á los intereses del imperio; pero su situación particular, se presentaba tan erizada de peligros insuperables, que no titubearon en decidirse por el término del dilema que les ofrecía alguna probabilidad de éxito.
Llamada la servidumbre dejáronse ataviar con todo el esplendor debido á su rango, y aun sazonada estuvo la tarea con algunos chistes, pues no hay que olvidar que eran españoles los que corrían tamañas contingencias.
Concluído el tocado, un ruido infernal de tamboriles, címbalos y el obligado gong ó campana china, además de multitud de linternas de caprichosa estructura que por los abiertos discos divisaron, les anunció que la comitiva imperial llegaba á las puertas del Anacronópete, donde se detuvo, pues el ritual prescribe que no se invada el domicilio de la virgen.
—Adelante—exclamó King-seng tomando de la mano á Clara para conducirla á la litera en nombre del emperador.
—¡Adelante!—gritaron todos poseídos del entusiasmo que infunde la esperanza.
Y atravesando estaban la bodega para ganar el portón, cuando unos golpes secos y repetidos obligaron al séquito á pararse en medio de la estancia.
—¿Qué es ello?—preguntó el maestro.
—¿No habéis oido?—repuso Benjamín.
—Sí. Parece que alguien llama.
Y como todos prestasen atención, los golpes se reprodujeron con mayor insistencia.
—¿No advertís?—hizo notar Clara.—Resuenan por este lado.
—En la caja—añadió Juanita consultando con los ojos al anticuario.
—¡Cómo! ¿En la de la momia?—balbuceó don Sindulfo tan asombrado como sus compañeros.