—Todas las naciones que alcanzan un gran desenvolvimiento, suelen ver desaparecer su grandeza, que utilizan otros estados nacientes—arguyó Hien-ti, no creyendo prudente, en razón de los planes que abrigaba, decir á los viajeros que eran unos impostores vulgares que querían hacer pasar por prodigios de supuestas edades futuras las nociones más rudimentarias de la ciencia practicada á la sazón.
—¿De modo que habrá que tomar por artículo de fe el aserto de Julien que, con la tinta y el papel de trapo, coloca la pólvora entre los descubrimientos del siglo segundo, anterior á Jesucristo?
—¿La pólvora?
—Sí. Esa composición de setenta y cinco partes de sal de nitro con quince y media de carbón y nueve y media de azufre, atribuída en la Edad media al monje alemán Schwartz, y que el sinólogo en cuestión cree que fué introducida en Europa, de la China, donde el nitrato de potasa lo da ya preparado la naturaleza.
—Como no te refieras á los cañones, no sé qué quieres decir. Á ver si es esto.
Y tomando el emperador de una panoplia una flecha embadurnada de un polvo negro (que no era otra cosa sino pólvora), á cuyo extremo inferior había un cohete amarrado, prendió fuego á la corta mecha que de este pendía, apoyó el rehilete en la cuerda del arco y dis-