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enrique gaspar

—Que en el siglo xi erais dueños de la maravillosa invención de Guttemberg.

Y así diciendo le alargó un periódico al monarca, explicándole al propio tiempo la misión que venía á llenar la prensa periódica.

—¡Ah! Sí. Mi predecesor trató de permitir la publicación de una gaceta con el fin de que todos sus vasallos pudieran convertirse en censores de los abusos del poder; pero en vez de utilizarla ellos como instrumento de censura, la convirtieron en palenque de diatribas é insultos, y fué preciso derogar la autorización y limitar el permiso de imprimir á la publicación de nuestros libros sagrados.

É hizo ver á los viajeros un ejemplar de los apotegmas de Confucio que, ricamente encuadernado, yacía sobre un velador.

Los dos sabios se abalanzaron á él con hidrofobia bibliómana; pero las sombras de la noche eran ya tan espesas que no lo hubieran podido examinar si Tsao-pi, dando la orden de encender las luces, no hubiera mandado entrar á unos esclavos que con unas esponjas, empapadas en cierta substancia inflamable, llenaron de claridad el recinto con sólo aplicar la llama á unos mecheros salientes en el muro.

—¡Gas!—fué el grito unánime.

—Sí, gas—dijo tranquilamente el emperador.

—¿Pero de dónde lo extraen?

—Del seno de la tierra; de las materias fecales, cuyas emanaciones conducimos á donde queremos merced á unos tubos subterráneos.

—Eso también lo dice Julien; pero se lo atribuye al siglo viii. No os admire, señor, nuestra extrañeza; pues aunque teníamos vagos indicios de vuestros adelantos, son estos tales y tan en abierta contradicción con la decadencia y el atraso de la China del siglo xix, que no nos atrevíamos á dar crédito á la civilización del pasado por el estacionamiento y hasta retroceso del presente.