taba y del que tomó copia el principe Tchao para construir el suyo en Yé un siglo más tarde, era de una suntuosidad indescriptible. En sus muros no se veía sino mármol y en sus techos resbalaban los rayos del sol sobre la tersa superficie de los barnices y las lacas. Las campanillas que colgaban de los cornisamentos eran de oro; de plata las columnas que sostenían el entablamento, y toda suerte de piedras preciosas esmaltaban los cortinajes que cubrían las puertas.
Las más hermosas mujeres, así de la clase mandarina como de la plebe, lo habitaban con más de diez mil personas que entre astrólogos y artistas formaban el séquito del emperador. Mil doncellas montadas en corceles ricamente enjaezados le servían de guardia y le acompañaban en sus excursiones, cuando no se hacía llevar en un ligero carruaje tirado por corderos adiestrados que se paraban allí donde una de las cinco mil actrices destinadas á la voluptuosidad de Hien-ti, ofrecía á los rumiantes pastos frescos para detener su carrera y lograr la insigne honra de que el monarca se reposase en sus brazos.
Apenas los viajeros se presentaron en la estancia en que los aguardaba Hien-ti, éste no pudo reprimir un movimiento de sorpresa, arrancado por la hermosura de Clara. Dominándose no obstante por el decoro que le imponía su condición de viudo, contentóse con cruzar una mirada de inteligencia con su primer ministro Tsao-pi; quien á su vez, y tal vez por adulación hacia su amo, hizo un gesto significativo contemplando á Juanita como quien dice: «Pues esta otra tampoco me parece á mi costal de paja.»
Nos llevaría tan lejos la descripción del ceremonial empleado en la entrevista y el extraño estilo usado por los interlocutores que, para dar una idea de ambos, haremos un resumen de lo que el historiador Cantú y otros sinólogos cuentan sobre el particular; advirtiendo de paso que estos usos siguen practicándose hoy en