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enrique gaspar

El segundo descenso que en busca de vitualla hizo Benjamín á la tierra, veinte horas más tarde ó sea en las postrimerías del siglo xi, no ofreció nada de notable. No así el que después de un período equivalente verificó en el año 696 á la ciudad de Rávena al declinar la tarde de un domingo.

Esta villa, como saben todos, era á la sazón la residencia de los exarcas que dirigían los destinos de la parte de Italia sometida al poder de Bizancio. Gobernada por las instituciones municipales del Bajo-Imperio, estaba distribuída en escuelas para las milicias urbanas; pero una bárbara costumbre tenía allí lugar. Los días de fiesta, jóvenes y viejos, niños y mujeres, cualquiera que fuese su condición, salían de la ciudad y, divididos en bandos, se libraban á unas pedreas de que resultaban siempre heridos y muertos. Gozoso volvía Benjamín de un convento en que, gracias á los harapos de mendigo que se había colgado, recibiera abundantes provisiones; y dirigiéndose iba hacia su vehículo, cuando una desaforada gritería y una multitud de gente que avanzaba en precipitada fuga le dieron á comprender, compulsando fechas y según lo que en Agnelli había leído, que atravesaba aquel histórico momento en que los de la puerta Tiguriana, vencedores de los de la poterna de Sommovico, los persiguieron hasta dar cuenta de la mitad del opuesto campo.

—Esto no reza conmigo—dijo para su capote el viajero, y se echó á correr á campo traviesa; pero los guijarros llovían con tal profusión que á fin de acelerar su marcha no titubeó en apoderarse de un burro lombardo que pacía en una pradera y cuyos lomos oprimiendo sacó al escape. Desgraciadamente una piedra salida de una-honda tiguriana hirió con tan mala suerte á su cabalgadura que, dándole de lleno en un corvejón, le rebanó la pata por entero sin que al reponerse de la caída pudiera el jinete dar con el miembro mutilado que deseaba conservar como recuerdo de