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CAPÍTULO XII
Cuarenta y ocho horas en el Celeste Imperio


M

iente como un bellaco el refrán, cuando asegura que no hay mal que dure cien años; pues sus diez y seis centurias bien contadas se pasó don Sindulfo en el lecho del dolor, desde que arrojó á los hijos de Mahoma en el espacio y á los de Marte en la nada, hasta que el Anacronópete se posó en los alrededores de Ho-nan, capital á la sazón del imperio chino.

En los tres días y medio que duró el viaje, Benjamín, aprovechándose del sopor del sabio y del sueño de las muchachas, hizo sus correspondientes altos y salió sigilosamente del vehículo para proveerse de las indispensables municiones de boca; pues ya hemos visto que las que á bordo llevaban eran inútiles. El primer festín se lo debió á la piadosa munificencia de la reina Isabel la Católica; y por cierto que estuvo á punto de costarle la vida porque llegado al campamento de Santa-Fe, donde el ejército castellano se desesperaba ante la tenaz resistencia de los moros de Granada, fué tomado por espía de Boabdil, á lo que contribuía no poco el extraño disfraz que para aquella época constituían su americana y sus pantalones con boca de tra-