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quieras para ti. Todo estriba en esto. Procédase así y basta; las felicidades del paraíso, si hay uno, vendrán como consecuencia.»

Esta moral fué la que dominó en las clases ilustradas cuyos sectarios, hostiles á los preceptos oscurantistas de los Tao-ssé, tomaron el nombre de letrados y su comunión el de academia.

Entre los discípulos de Confucio el más notable es Meng-tseu ó Mencio, muerto en 314 (a. de J. C.). Afligido de ver triunfantes las dos sectas de Tao-ssé, ó sean la de Yang que predicaba el egoísmo como el principal regulador de las acciones humanas, y la de que sostenía que el afecto debía extenderse á todos por igual sin distinción de parentesco, propagó una filantropía generosa basada en la moral de Confucio cuyo resumen es éste: «Sirve bien al cielo quien sigue la recta razón.» Su libro reunido a los tres de apotegmas de Confucio, es aún hoy de texto entre los que aspiran á los cargos públicos.

Vemos, pues, dos grandes grupos disputándose el dominio de las conciencias: la metafísica de Lao-tsé, relajada por los mágicos procedimientos de los Tao-ssé sus sectarios, dueña de las masas ignorantes y perezosas: la moral de Confucio, observada por los letrados, alumbrando las inteligencias privilegiadas y siendo, por decirlo así, la religión del estado, patrocinada y seguida por los emperadores, indiferentes más que tolerantes de todas las demás prácticas y creencias. Hubo sin embargo una época en que los cabalísticos amenazaron invadirlo todo. Fué en el siglo ii (antes de J. C.) cuando los Tao-ssé, separándose de la pura doctrina de Lao-tsé, empezaron á librarse á extrañas especulaciones y pretendieron haber descubierto el secreto de la inmortalidad contenido en un misterioso brebaje. En vano fué que los sectarios de Confucio quisieran desenmascararlos; protegidos por el emperador Wu-ti hubieran sin duda alguna triunfado de