eran restituídas al teatro de sus operaciones, no hay quien la describa. Todas suplicaron á Benjamín que las desembarcase; y aunque éste temía las iras de don Sindulfo, pudo más en él la idea del ridículo de que iba á cubrirse cuando su colega advirtiese su ineptitud. Así es que confiado en el seguro del secreto, toda vez que ni Clara ni Juanita eran testigos de su derrota; y en la persuasión de cohonestar con una medida de buen gobierno el abandono de las agregadas, determinóse á darles gusto, lo que le valió una abundante y envidiable cosecha de abrazos y besos.
El vehículo descendió majestuoso en el parque contiguo al Trianon; las viajeras lo abandonaron sigilosamente, y Benjamín, dando la velocidad máxima se echó por el espacio á desquitarse de lo perdido diciendo:
—Ahora á China en busca del secreto de la inmortalidad.
Al día siguiente los periódicos de París traían dos noticias: una que fué comentada por todos los desocupados de los bulevares; otra que sólo conmovió al mundo sabio.
Decía la primera, que habían sido reducidas á prisión doce jóvenes que, valiéndose de las circunstancias, querían explotar la credulidad pública haciéndose pasar por las expedicionarias del Anacronópete; siendo así que en ninguna de ellas se encontraban trazos que acusasen ser las agraciadas por la Prefectura, donde constaba su filiación y se les había entregado pasaportes de que las impostoras no venían provistas á su regreso.
La segunda era más lacónica aunque más trascendental para la ciencia, en cuyos anales sigue constando como artículo de fe: se reducía á dar cuenta de que á las nueve y cuarenta y cinco minutos de la mañana el observatorio astronómico había presenciado la caída de un enorme aereolito en las inmediaciones de Versalles.
¡Así se escribe la historia!