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el anacronópete

—Que se nos admita á libre plática—argumentaba otra.—Ya hemos pasado la cuarentena.

—No más lazareto!—vociferaban á coro.

Benjamín, que no acertaba á darse razón de lo que veía, estudiaba el caso con los ojos fijos en el suelo; y maquinalmente al notar un objeto que relucía, lo recogió y dió con un ochavo moruno.

—Alguna moneda que se le ha caído á un kabila—dijo Niní llamándole la atención hacia lo más urgente.—no haga usted caso de eso.

—Pero si esta moneda—repuso el políglota—procede de un marroquí, ¿cómo, no estando sometida á la inalterabilidad, subsiste todavía? Debería haberse descompuesto toda vez que viajamos hacia atrás.

—Acaso sea más antigua que el año en que nos hallamos.

—No. Su fecha es del 1237; y como el cómputo árabe principia en 622, época de la Hégira, este ochavo corresponde al 1859 de nuestra era ó sea al año anterior en que fuímos atacados por los riffeños y que debimos trasponer tres minutos después de la invasión.

—¿Entonces?...—interrogaron las atónitas viajeras con la mirada.

Y como Benjamín dirigiese la suya hacia el cuarto de los relojes:

—¡Maldición!—dijo al consultar el cronómetro del tiempo relativo.

É inmediatamente hizo parar en seco el Anacronópete.

—¿Qué es ello?

—Que al querer moderar hace poco la locomoción, he rebasado sin duda la línea de la aguja y caminábamos hacia adelante. Hemos deshecho lo andado. Estamos sobre Versalles á 9 de julio ó sea en la víspera del día que salimos de París.

La alegría que se pintó en el rostro de las viajeras al convencerse de que, sin detrimento de su juventud,