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enrique gaspar

de ser fijada, las dos hermosas perlas que llevaba por pendientes, dió un grito de alegría al llevarse las manos hacia los desheredados cartílagos y encontrarse con la restitución de sus preciadas joyas.

—Mirad, esto es milagroso...

—En efecto—exclamaron todas. Y al tender en torno suyo una mirada de asombro, éste creció de punto al observar que todos los objetos arrebatados por la acción retrógrada del tiempo les eran devueltos sin saber cómo. Ya un girón del vestido de Naná, cubriéndose de larvas, tomaba la forma de capullos para metamorfosearse en tupido raso de Lión; ya una tira de becerro, curtiéndose repentinamente y modelándose al pié de Sabina se llenaba de pespuntes y lazos hasta elevarse á la categoría de un borceguí Carlos IX.

—¡Mi chal!—gritaba una...

—¡Mis encajes!—decían otras.

Y todas se libraban al más expansivo arranque de entusiasmo, cuando la más razonadora de ellas:

—Poco á poco—les arguyó.—Moderad vuestro júbilo. Cierto es que reconquistamos nuestro ajuar; pero ¿quién os asegura que la devolución no será completa?

—¡Cómo!

—¿No teméis que por este fenómeno, cuya explicación ignoramos, cada perla que creemos ganada nos devuelva la arruga que juzgamos perdida?

La observación era tan atinada y el temor de perder los encantos tan profundo, que un grito unánime salió de todos los labios en demanda de socorro; y las viajeras, dejando á Clara en el gabinete al cuidado de Juanita, echáronse en busca de los sabios encontrando felizmente en el laboratorio á Benjamín que consiguió á duras penas imponer silencio á aquella rebelde turba.

—«¿Qué significa esto?—preguntó la más osada.¿Tratáis de volvernos á envejecer?