permitir que el tiempo devorase á aquellos infelices, sin prestarles el menor auxilio. Primer paso suyo en la senda del crimen por la que hemos de verle avanzar presa de los celos, la desesperación y la locura. No adelantemos empero el discurso.
Los mahometanos, aunque hombres, eran enemigos de Dios y habían atentado contra su vida; por consiguiente, bien muertos estaban. ¿Pero aquellos diez y siete infantes, á quienes había servido de implacable Herodes, qué daño le habían hecho? ¿Merecía tan horroroso castigo una travesura de la juventud? ¿No era su sobrino una de las víctimas? ¿No hubiera sido más humano, pues no estaban sometidos á la acción del fluido, hacer rumbo hacia el presente y, una vez reconquistadas sus naturales proporciones, desembarcarlos en los alrededores de su edad?
Todas estas y otras muchas observaciones se hacía don Sindulfo, pero la imagen de su pasión desatendida, y su amor propio sublevado concluían por vencer, y resultado de tan acerba lucha fué que delirante cayese en los brazos de su amigo bajo los efectos de una continua convulsión.
¿Pues no estaba garantizado por la inalterabilidad? me objetará álguien. Ciertamente, pero la acción del fluido, penetrando por la membrana epidérmica, atravesando el dermis é infiltrándose por los tejidos musculares, sólo alcanza á la superficie de los huesos, que petrifica como las demás vías por donde circula. Así pues el ejemplar influído por sus corrientes, ni pierde la tersura del cutis, ó sea la juventud, ni sufre de erupciones cutáneas, ni está expuesto á las inflamaciones producidas por la acción atmosférica: pero experimenta hambre, sed y sueño y no se exime de padecimientos viscerales, productos las más veces del sistema moral al que la ciencia no ha llegado á dar todavía la osificación que á un tegumento.
Cargó pues Benjamín con aquel cuerpo inanimado