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14 REJUVENECIMIENTO DE EGIPTO de las bellas prisioneras cuyos ojos velan larguísimas pestañas. A ambos lados del paseo Aense hombres y mujeres árabes que venden naranjas y bebidas; jóvenes jardineros que puesto un ramillete en el turbante ofrecen á los transeúntes ramos y ñores, y aldeanos? ó peiegiino» forasteros que, con un palmo de boca abierta, contemplan dicho espectáculo , para ellos com- pletamente desconocido. El palacio de Shoubrah, con los jardines que le rodean, acaba de ser restituido á Halim- bajá. En derredor del estanque principal se distinguen vistosos kioscos y galerías que sin embargo no ofrecen interés alguno para el inteligente. Tampoco hay cosa digna de especial mención en el interior del palacio. El retrato de Mehemet-Alí que se contempla en la pared de una de las salas, no pasa de una mediana pintura: de todos modos vale menos que el que hizo del virey en muy breves palabras el príncipe Pückler-Museau. El autor de las Cenatas de un muerto había tenido la fortuna de hablar repetidas veces con Mehemet-Alí, y de aquí que pudiera decir: «Su alteza me recibió en una de las salas bajas del palacio, que estaba llena » de numerosa muchedumbre de cortesanos y empleados. Después de haberme abierto paso »por entre la concurrencia, distinguí al virey que estaba echado en su otomana sin tener á su »lado más persona que el intérprete ó dragomán Artim-bey. Grande fué mi sorpresa puesto »que r juzgando por los bustos que se ven en Alejandría y por ciertos retratos que había visto »y gozaban fama de muy parecidos, habíamele figurado un hombre resuelto, de aspecto » durísimo, vestido con fastuoso traje oriental, y con rasgos de fisonomía, á juzgar por los de »los bustos, que le daban cierta semejanza con la que ofrecen los retratos de Cronrwell. Pues »nada ménos que esto: era un viejecillo de afable aspecto, envuelto en un modesto balandrán »gris, con sencillas guarniciones blancas, que se confundían con su barba luenga y venerable, »sin fajas, pedrerías ni garambainas, ni más turbante ni otra insignia que el sencillo fez rojo; »ni más joyas ni sortijas que un luengo rosario con el cual jugueteaban los dedos de su mano »tan bella y delicada que podrían envidiársela no pocas mujeres. Su cuerpo era robusto y »bien proporcionado, constituyendo todo el adorno del mismo una pulcritud y una suavidad »que casi podría llamarse coquetería. Su rostro, que expresaba al par tranquila dignidad y » dulce benevolencia, no obstante estar adornado de unos ojos cuya mirada era penetrante » como la del águila, así por su benévola sonrisa, como por la dulzura de su ademan, inspi- róme profunda simpatía sin mezcla alguna de aversión No debe ocultarse, sin embargo, » que no obstante la conducta generalmente humana y bondadosa de Mehemet-Alí, y con » todo y ser comunmente su mirada dulce y apacible — lo cual le comunica el aspecto de uno »de nuestros monarcas cristianos más bondadosos — sus ojos toman de cuando en cuando, y » especialmente en aquellos momentos en que cree no ser observado, una expresión particular »de desconfianza y amargura: es la manifestación completa é íntegra del elemento turco, un »si es no es salvaje, de que está dotado en gran parte el virey. En ella puede leerse no poco »de lo que forma acaso el lado sombrío de su carácter, respecto de lo cual no debe hacérsele » cargo alguno, por la sencilla razón de que un grande hombre, no por serlo ha de estar » desprovisto de sus fases oscuras y brillantes como el más insignificante de los mortales.»