Llaman hipo de la muerte á la postrer batalla que dan los órganos respiratorios, quemando el último grano de pólvora de sus fuerzas vitales antes de caer en la eterna inercia; pero este pomposo y aterrador epiteto arranca su origen de una grosera semejanza. Las últimas convulsiones de un moribundo no son sino el último abrazo de despedida que dá el oxígeno en las vesículas pulmonares á los glóbulos de la sangre con quienes ha vivido en estrecha amistad durante tantos años.
Otra emoción de verdadera satisfacción, me reservaba ayer la amistad y el profundo cariño que tengo á Eduardo Wilde.
Después de catorce años de estudios, de esa lucha incesante y silenciosa, amarga é ingrata muchas veces; después de esas largas horas de meditación y recogimiento en que el espíritu se cultiva lentamente al calor de la ciencia, Eduardo Wilde trepó también á la montaña dejando á pie las vestiduras sencillas del estudiante, para percibir en la cumbre los diplomas de médico argentino.
Esa no es una herencia que se la haya legado nadie.
Esa es una «propiedad» que se ha conquistado él, con sus desvelos, con su constancia, con su amor al sacerdocio que abraza, con los recursos de ese hermoso talento que le ha dado Dios, como un presente discernido á uno de sus hijos predilectos!
Veinticinco años y medio!
Qué mayor gloria para un hombre?
Para alcanzar á esa «Jerusalém», porque suspira todo el que empieza la carrera, Eduardo Wilde ha cruzado un camino de triunfos.
Cada uno de sus exámenes ha sido una victoria.