Si no puedo hacer lo que esperabais del doctor Montes de Oca, cumpliré al menos con un encargo suyo. El me ha pedido que en su nombre os felicite ardientemente por el constante éxito con que habéis seguido los cursos de la Escuela de Medicina, por lo brillante con que en este día veis coronada la obra de los afanes de tantos años. Yo me asocio á esas felicitaciones y me complazco, como él, en reconocer en vos, á uno de los discípulos más distinguidos de nuestra escuela médica. Espero que así como habéis sido de los primeros en las bancas del estudiante seréis también de los sobresalientes entre los médicos; á ello os destinan vuestros talentos y vuestra instrucción... Empero, creo, que no llegaréis á la altura del gran médico si no practicáis la caridad, esa primera y sublime virtud del cristianismo, que ninguno debe más que el médico poseer en el más alto grado. Si la ejercéis, si al acercaros al lecho del enfermo no veis en este sino un hermano; si igual solicitud os inspiran el pobre que el rico, el hombre colocado en las últimas gradas de la escala social que el que ocupa las primeras; entonces os esperan grandes satisfacciones que compensen y dulcifiquen las agitaciones y sinsabores de la práctica, porque vuestra conciencia os dirá que tienen mucho mayor valor las bendiciones del desgraciado que las riquezas del poderoso. Os aconsejo que seáis avaro de las primeras, y que jamás faltéis á vuestro deber por las segundas. Así lo espero de vos, conociendo como conozco la nobleza de vuestros sentimientos que, unida á la privilegiada inteligencia de que estáis dotado, hacen de vos un distinguido ciudadario y preparan al médico eminente.
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