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za; los seminarios eclesiásticos fueron reorganizados de la misma manera.

El doctor Wilde dirigió igualmente sus esfuerzos hacia la instrucción primaria, base de una democracia poderosa. Nos bastará decir acerca de esto, que más de doscientos edificios escolares fueron levantados en Buenos Aires, bajo su administración, para extender la instrucción en una población que cuenta hoy 850.000 habitantes.[1]

Fué también bajo su Ministerio tratada la importante cuestión de la reforma de la ley de la educación común: su intervención hizo borrar de los programas la enseñanza, como curso obligatorio, de la religión. Llamado al Ministerio del Interior, el doctor Wilde aportó sus mayores cuidados á las obras públicas, á los ferrocarriles que dependían de su administración; reivindicó, para el Estado, ciertos derechos sobre el territorio de las provincias que algunas de ellas no creían deber admitir. Pero, sobre todo, prestó verdaderos servicios en las cuestiones de higiene, interesantes en primer lugar para la capital. Los anales parlamentarios de la República han registrado, entre los numerosos discursos provocados por la discusión de estas materias, el que pronunció el doctor Wilde ante el Congreso y que duró tres días; la Asamblea, habiendo aprobado los proyectos ministeriales, Buenos Aires debe á ese largo esfuerzo, estar dotado de un sistema higiénico, que en poco tiempo ha reducido en la mitad la proporción de la mortalidad en la ciudad.

Después de haber llevado á buen fin la tarea que él se había impuesto, el doctor Wilde se retiró del Ministerio y consagró nueve años á viajes de estudios. Sucesivamente visitó Europa, Egipto, China, Japón y Estados Unidos de América, observando las costumbres, los há-


  1. Esta publicación fué hecha hace varios años.