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Encíclica

Olvidando lo que queda detrás, intento lanzarme a lo que está delante de mí, avanzo hacia la meta, hacia la recompensa de la vocación suprema de Dios en Cristo Jesús’’[1].

Entonces sucede que unidos con Cristo en la Iglesia crecemos en todo hacia Aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo toma crecimiento precisamente para la perfección de sí mismo en la caridad[2], y la Iglesia Madre sale siempre a cumplir ese misterio de la voluntad divina, para restaurar en la plenitud ordenada de los tiempos todas las cosas en Cristo[3].

Los reformadores, a quienes se opuso Carlo Borromeo, no pensaron en estas cosas, presumiendo reformar su fe y disciplina a su antojo; ni los modernos los entienden mejor, contra quienes tenemos que luchar, oh Venerables Hermanos. Ellos también subvierten la doctrina, las leyes, las instituciones de la Iglesia, siempre con el grito de la cultura y la civilización en sus labios, no porque se preocupen demasiado por este punto, sino porque con estos grandiosos nombres pueden ocultar más fácilmente la maldad de sus intenciones.

Y cuáles son en realidad sus objetivos, cuáles son sus argumentos, cuál es la forma en que pretenden tomar, ninguno de ustedes lo ignora, y sus diseños ya fueron denunciados y condenados por nosotros. Proponen una apostasía universal desde la fe y la disciplina de la Iglesia, una apostasía mucho peor que la antigua que puso en peligro el siglo de Carlos, cuanto más astutamente se esconde en las mismas entrañas de la Iglesia, más sutilmente extrae de los principios erróneos las consecuencias extremas.

Sin embargo, de ambos[4] uno mismo es el origen: el enemigo del hombre, siempre especialmente vigilante para la perdición de los hombres, sembró la cizaña entre el trigo[5]: igualmente escondidos y tenebrosos son sus caminos; similar el proceso y el resultado final. Porque, en la forma en que en el pasado la primera apostasía, volcándose donde ayudaba la fortuna, azuzando a unos contra los otros, a la clase de los poderosos contra las del pueblo, para luego abrumar a ambos en la perdición, así esta moderna apostasía exacerba el odio mutuo de los pobres y de los ricos, de modo que descontento cada uno de su suerte consigue siempre una vida cada vez más miserable y paga la pena impuesta a aquellos que se obsesionan con las cosas terrenales y transitorias, no buscan el reino de Dios y su justicia.

  1. Flp III, 13, 1.
  2. Ef IV, 15, 16
  3. Ef I, 9, 10.
  4. El protestantismo que combatió San Carlos Borromeo, y el modernismo teológico al que se refiere el papa (N.T.)
  5. Mt XIII, 2.