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Acta Apostolicae Sedis. Comentario Oficial.

y un entrenamiento de la vida, en el que el corazón fue educado con la piedad, la mente con el estudio, el cuerpo con el esfuerzo, reservando a ese joven modesto y humilde casi como arcilla en las manos de Dios y de su Vicario en la tierra. Y tal vida de preparación fue precisamente lo que los defensores de las novedades despreciaban, por la misma necedad por la que los modernos la desprecian, sin sentir que las maravillosas obras de Dios maduran en la sombra y en el silencio del alma dedicada a la obediencia y a la oración, y que en esta preparación está el germen del progreso futuro, como en la siembra la esperanza de la cosecha.

Sin embargo, la santidad y la laboriosidad de Carlos, que se preparaba con tan espléndidos auspicios, después se desarrolló y dio frutos prodigiosos, como mencionamos anteriormente, cuando "como buen trabajador, después de haber dejado el esplendor y la majestad de Roma, se retiró al campo que había tomado para cultivar (Milán), y cumpliendo mejor cada día sus partes, recondujo aquel campo, brutalmente estropeado por la maleza y asilvestrado, debido a la tristeza de los tiempos, a tal esplendor que hizo que la Iglesia de Milán fuera un clarísimo ejemplo de disciplina eclesiástica"[1].

Tantos y tan claros efectos obtuvo conformando su labor a las normas propuestas poco antes por el Concilio de Trento.

La Iglesia, de hecho, comprende bien cuánto los sentimientos y pensamientos del alma humana están inclinados al mal[2], pero no deja de luchar contra los vicios y los errores, para que sea destruido el cuerpo del pecado y ya no servimos al pecado[3]. Y en esta lucha, como ella es una maestra para sí misma y guiada por la gracia que es infundida en nuestro corazones por el Espíritu Santo, ella toma la norma de pensar y trabajar del Doctor de los Gentiles, quien dice: Renovaos en el espíritu de vuestra mente[4]. - Y no queráis conformaros con este siglo, sino reformaos en la renovación de vuestra mente, para determinar cuál es la voluntad de Dios buena, aceptable y perfecta[5]. Ni el hijo de la Iglesia ni el verdadero reformador se convencen nunca de haber alcanzado la meta, sino que a ella solo tiende junto con el Apóstol:

  1. De la bula Unigenitus.
  2. Gn VIII, 2.
  3. Rm VI, 6.
  4. Ef V, 23.
  5. Rm XII, 2.