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Encíclica

Y ciertamente fue algo admirable como el acogió en sí mismo desde su juventud todas aquellas cualidades de un verdadero reformador, que en otros vemos dispersas y distintas: virtud, mente, doctrina, autoridad, poder, presteza; y todos los hizo servir unidos a la defensa de la verdad católica contra herejías invasivas, como era la misión propia de la Iglesia, despertando la fe latente y casi extinta, corroborarla con leyes e instituciones providentes, levantar la disciplina caída y reconducir enérgicamente las costumbres del clero y del pueblo a un tenor de vida cristiana. Así, mientras cumple con todas las partes del reformador, no menos cumple al tiempo todos los oficios del siervo bueno y fiel, y más tarde los del gran sacerdote, que agradó a Dios en sus días y fue encontrado justo, digno por tanto digno de ser tomado de ejemplo de todas las clases de personas, sean del clero o de los laicos, sean ricos o pobres; como aquellos cuya excelencia debe resumirse en esa alabanza propia del obispo y del prelado, por la cual obedeciendo los dichos del apóstol Pedro, se había hecho de corazón modelo del rebaño[1]. No es menos admirable el hecho de que Carlos, que aún no había cumplido veintitrés años de edad, aunque elevado a los más altos honores, y dejando de lado las grandes y muy difíciles negocios de la Iglesia, cada día avanzaba en el ejercicio más perfecto de la virtud, mediante la contemplación de las cosas divinas, que en el retiro sagrado ya había renovado, y resplandecía como un espectáculo para el mundo, para los ángeles y los hombres

Entonces verdaderamente, para usar las palabras de nuestro ya mencionado antecesor Pablo V, el Señor comenzó a mostrar en Carlos sus maravillas: sabiduría, justicia, celo ardiente para promover la gloria de Dios y del nombre católico, y preocuparse sobre todo por la obra de restaurar la fe y la Iglesia universal que se agitó en la augusto Concilio de Trento. El Papa mismo y toda la posteridad le otorgan un merito en la celebración de aquel Concilio, ya que fue él, antes de ser el ejecutor más fiel, antes fue el defensor más efectivo. Ciertamente, sin muchas de sus vigilias, dificultades y trabajos, aquella obra tuvo su último cumplimiento.

Sin embargo, todas estas cosas fueron una preparación

  1. 1 P V, 3.