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Acta Apostolicae Sedis. - Commentariumo Oficial.

Entre estos males surgieron hombres orgullosos y rebeldes, enemigos de la cruz de Cristo... hombres de sentimientos terrenales, cuyo Dios es el vientre[1]. Quienes aplicándose, no para corregir las costumbres sino para negar dogmas, multiplicaron los disturbios, suavizaron el freno la licencia para sí mismos y para otros, o ciertamente despreciaron la guía autorizada de la Iglesia, de acuerdo con las pasiones de los príncipes o de los pueblos más corruptos, de modo casi tiránico derribaron la doctrina, la constitución, la disciplina. Luego, imitando a los injustos, a quienes se dirige la amenaza: ¡Ay de ustedes que llaman al mal bien y al bien mal[2], ese tumulto de rebelión y esa perversión de la fe y la moral llamaron reforma y ellos mismos reformadores. Pero, en verdad, eran corruptores, de modo que, al desconcertar a las fuerzas europeas con disensiones y guerras, prepararon las rebeliones y la apostasía de los tiempos modernos, en los que solo esos tres tipos de lucha, previamente separados, se renovaron juntos en un ímpetu, de los que la Iglesia siempre había salido victoriosa: las luchas sangrientas de la primera edad, luego la plaga doméstica de herejías, finalmente, bajo el nombre de libertad evangélica, esta corrupción de vicios y perversión de la disciplina, que tal vez no había alcanzado la edad medieval.

A esta turba de seductores, Dios opuso a los verdaderos reformadores y hombres santos, tanto para detener esa impetuosa corriente y extinguir aquel bullir, como para reparar el daño ya hecho. Entonces, su labor asidua y múltiple en la reforma de la disciplina fue de tanto mayor consuelo para la Iglesia, como más grave fue la tribulación que la perturbó, y demostró el dicho: Fiel es Dios, quien ... dará con la tentación la victoria[3]. En tales circunstancias, venía aumentaron el consuelo de la Iglesia, por providencial disposición, la laboriosidad y la santidad singular de Carlos Borromeo

Sin embargo, su ministerio, disponiéndolo así Dios, tenía su propia fuerza y eficacia, no solo para debilitar la audacia de los facciosos, sino también para enseñar y enfervorizar a los hijos de la Iglesia. De hecho, reprimió las locuras de aquellos y refutó las acusaciones inútiles, con la elocuencia más poderosa, con el ejemplo de su vida y su laboriosidad; en estos levantó su esperanza y reavivó su ardor.

  1. Flp III, 18-19.
  2. Is V, 20.
  3. 1 Co X, 13.