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Acta Apostolicae Sedis. — Commentario Oficial.

malvados y confundir a todos aquellos que «se glorían en el simulacro de errores»[1]. De ahí la renovada glorificación de Carlos, modelo del rebaño y los pastores en los tiempos modernos, inquebrantable defensor y asesor de la verdadera reforma católica contra aquellos recientes innovadores, cuya intención no era la reintegración, sino más bien la deformación y destrucción de la fe y las costumbres. Después de tres siglos, se revela de nuevo para todos los católicos como de singular consuelo y enseñanza, y de noble estímulo a todos para cooperar vigorosamente en el trabajo, que tenemos tan presente en Nuestro corazón, de restaurar todas las cosas en Cristo.

Ciertamente es bien sabido por vosotros, Venerables Hermanos, cómo la Iglesia, aunque continuamente atribulada, Dios nunca la deja sin algún consuelo. Como Cristo la amó y se entregó por ella, para santificarla y hacerla aparecer gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino para que sea santa e inmaculada[2]. Por el contrario, cuando la licencia de las costumbres es más ilimitada, cuanto más feroz es el ímpetu de la persecución, más arteras las insidias del error que parecen amenazar su total ruina, hasta el punto de arrancar de su seno a algunos de sus hijos, para abrumarlos en el torbellino de la impiedad y de los vicios, entonces la Iglesia experimenta la protección divina de manera más efectiva. Porque Dios hace que el mismo error, lo quieran o no los malvados, sirva al triunfo de la verdad, de la cual la Iglesia es un guardián vigilante; la corrupción sirve al aumento de la santidad, de la ella misma es maestra y madre, la persecución a una más admirable liberación de nuestros enemigos. Entonces sucede que cuando la Iglesia parece ser golpeada por una tormenta más feroz y casi sumergida, entonces es más bella, más vigorosa, más pura, brillando en el esplendor de las mayores virtudes.

De esta manera, la bondad suprema de Dios confirma con nuevos argumentos que la Iglesia es obra divina: porque en la prueba más dolorosa, la de los errores y de las culpas que se infiltran en sus propias miembros, le hace superar su prueba; ya sea porque le muestra actuando las palabras de Cristo: Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella[3]; o bien porque comprueba realmente la promesa: he aquí que estaré contigo todos los días hasta la consumación de los siglos[4]

  1. De la misma bula Unigenitus.
  2. Ef V, 25 y ss.
  3. Mt XVI, 18.
  4. Mt XVIII, 20.