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Acta Apostolicae Sedis. - Commentario Oiciale.

Por estas razones, Venerables Hermanos, mientras Nosotros, tan pronto como asumimos el Pontificado Supremo, nos propusimos luchar constantemente para "que todo se establezca en Cristo", con nuestra primera encíclica[1] tratamos de hacer que todos, con Nosotros, volvieran sus miradas a Jesús, apóstol y pontífice de nuestra confesión ... autor y consumidor de la fe[2]. Pero dado que nuestra debilidad es tanta que fácilmente quedamos paralizados por la grandeza de tal ejemplar, por beneficio de la divina Providencia, disponemos de otro modelo para proponer, que aunque estar cerca de Cristo en la medida en que la naturaleza humana es posible, se adapta mejor a nuestra debilidad, es decir, la Santísima Virgen, Augusta Madre de Dios[3]. Finalmente, aprovechando varias ocasiones para revivir la memoria de los santos, les propusimos a la común admiración estos fieles servidores y dispensadores en la casa de Dios, y según el grado apropiado de cada uno, amigos y sirvientes de él, como aquellos que por la fe conquistaron los reinos, obraron la justicia, obtuvieron las promesas[4], de modo que estimulados por sus ejemplos no seamos ya niños vacilantes y llevados por todo viento de doctrina por estrategia de los hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error; sino que siguiendo la verdad en la caridad, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, Cristo[5].

Vemos actuando este altísimo consejo de la divina Providencia máximamente en tres personajes que, como grandes pastores y doctores, florecieron en tiempos muy diferentes pero casi igualmente calamitosos para la Iglesia: Gregorio Magno, Juan Crisóstomo y Anselmo de Aosta, de los cuales han ocurrido en los últimos años solemnes celebraciones centenarias. Así, más especialmente en las dos encíclicas, fechadas el 12 de marzo de 1904 y el 21 de abril de 1909, explicamos los puntos de doctrina y los preceptos de la vida cristiana, que nos parecieron apropiados hoy, que se recogen de los ejemplos y enseñanzas de los santos.

Y como estamos persuadidos de que los ilustres ejemplos de los soldados de Cristo son mucho mejores para sacudir los corazones y arrastrarlos que las palabras o los altos tratados[6], aprovechamos ahora

  1. Encíclica E supremi 4 de octubre de 1903
  2. Hb III, 1; XII, 2-3
  3. Encíclica Ad diem illum, 2 de febrero de 1904
  4. Hb XI, 33
  5. Ef IV, 11 y ss.
  6. Encíclica E supremi