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Encíclica

Y una similar diligencia parece requerirse máximamente en estos tiempos nuestros de fe vacilante y de caridad languidecida, de modo que la reverencia debida a tanto misterio no venga disminuida por la mayor frecuencia, y sobre todo no haya por ello motivo para que el hombre se pruebe a sí mismo y así coma de ese pan y beba del cáliz[1].

De estas fuentes fluirá una rica veta de gracia, y de ella también extraerán vigor y alimentos los medios naturales y humanos. Ni la acción del cristiano despreciará las cosas útiles y reconfortantes para la vida, que vienen también del mismo Dios, autor de la gracia y de la naturaleza; pero evitará con gran diligencia que al buscar y disfrutar las cosas externas y los bienes del cuerpo, se mire como la meta y casi la felicidad de toda la vida. Quien quiera, por lo tanto, usar estos medios con justicia y templanza, los ordenará a la salud de las almas, obedeciendo las palabras de Cristo: Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todas estas cosas se te darán por añadidura[2].

Tal uso ordenado y sabio de los medios está lejos de ser opuesto al bien de un orden inferior, es decir, propio de la sociedad civil, que de hecho promueve sus intereses de una manera grandiosa; no ya con la vana observancia de las palabras, como es costumbre de los facciosos reformadores, sino con hechos y con el mayor esfuerzo, hasta el sacrificio del patrimonio, de las fuerzas y de la vida. Por encima de todo, muchos obispos dan un ejemplo de esta fortaleza que, en tiempos tristes para la Iglesia, emulando el celo de Carlos, hacen realidad las palabras del divino Maestro: El buen pastor da su vida por sus ovejas[3]. Ellos no son movidos a sacrificarse por la salvación común, por un deseo ardiente de gloria, ni por un espíritu partidista, ni por un estímulo de ningún interés privado; sino por esa caridad que nunca se malogra. De esta llama, que escapa de los ojos profanos, se encendió Borromeo, después de exponerse a una amenaza mortal para servir a las víctimas de la peste, no contento con haber socorrido a los males presentes, todavía se mostró solícito para los futuros:

  1. 1 Co XI, 28.
  2. Lc XII 31;— Mt VI, 33.
  3. Jn X, 11.