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Encíclica

tomó la protección de los pobres contra la arrogancia de los patronos, contra la usura, contra el tráfico de niños y otras instituciones similares en gran número. Pero todo esto lo hizo aborreciendo totalmente el método de aquellos que, al renovar su sociedad cristiana en su mente, pusieron todo al revés y con agitación, con vano clamor, olvidando la palabra divina: no esta el Señor en la emoción[1].

Y este es, precisamente, algo que distingue a los verdaderos reformadores de los falsos, como varias veces habéis comprobado vosotros, Venerables Hermanos. Los falsos reformadores buscan los propios intereses, no los de Jesucristo[2], y al escuchar la insidiosa invitación ya hecha al divino Maestro: ve y muéstrate al mundo[3], repiten las ambiciosas palabras: hagámosnos también un nombre. Por lo que la valentía, como lamentamos incluso en nuestros días, los sacerdotes cayeron en guerra, en el acto que afirmaron hacer grandes cosas, y salieron a la refriega sin prudencia[4].

Por el contrario, el reformador sincero no busca su gloria, sino la gloria de quien lo envió[5]; y como Cristo, su ejemplo, no contenderá ni llorará, ni nadie escuchará su voz en los cuadrados; no será turbio o inquieto[6] pero será dulce y humilde de corazón[7]. Entonces él complacerá al Señor y traerá abundantes beneficios para la salud.

Todavía por otra distintivo difieren entre sí uno y otro, mientras que aquellos, apoyados solo en las fuerzas humanas, confían en el hombre y colocan su fortaleza en la carne[8]; en cambio estos ponen toda su esperanza en Dios; de él y de los medios sobrenaturales espera toda fuerza y virtud, exclamando con el Apóstol: Todo lo puedo en aquel que me conforta[9].

Estos medios, que Cristo comunicó en gran abundancia, los fieles los buscan en la misma Iglesia para su común salvación, y primero entre ellos la oración, el sacrificio, los sacramentos, que se convierten casi en una fuente de agua que se eleva a la vida eterna[10].

  1. 1 R XIX, 11.
  2. Flp II, 21.
  3. Jn VII, 4.
  4. 1 Mc V, 57, 67
  5. Jn VII, 18.
  6. Is XLII, 2 ss. y Mt XII, 19
  7. Mt XI, 29
  8. Mt XI, 29
  9. Flp IV, 13.
  10. Jn IV, 14.