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Acta Apostolicae Sedis. - Comentario Oficial.

«Todas y cada una de las cosas que por nosotros en este Sínodo provincial fueron decretadas y hechas, sometemos siempre, para que puedan ser enmendados y corregidos, ante la autoridad y el juicio de la Santa Iglesia Romana, de todas las Iglesias madre y maestra»[1]. Y este propósito suyo se mostró cada vez más ferviente, cuanto más avanzaba a gran ritmo en la perfección de la vida activa; no solo mientras su tío el pontífice ocupó la silla de Pedro, sino también bajo sus sucesores, Pío V y Gregorio XIII, de los cuales, como él apoyó poderosamente la elección, así en las grandes empresas fue una ayuda válida, correspondiendo enteramente a su expectativa.

Pero, sobre todo, los secundó al poner en obra los medios práctico para el para el fin propuesto, es decir, para la verdadera reforma de la disciplina sagrada. En el cual, nuevamente, se mostró más lejos que nunca de los falsos reformadores que enmascaran celosamente su obstinada desobediencia. Por esto, comenzando el juicio de la casa de Dios[2], se aplicó primero a reformar con leyes constantes la disciplina del clero; y con este fin, erigió seminarios para los estudiantes del sacerdocio, fundó congregaciones de sacerdotes, que recibieron el nombre de oblatos, llamó a familias religiosas tanto antiguas como recientes, reunió sínodos y con todo tipo de medidas aseguró y continúo la obra iniciada. Luego, sin demora, puso una mano igualmente vigorosa para reformar las costumbres del pueblo, teniendo como dicho para él lo que ya había sido elegido para el profeta: Aquí te he establecido hoy... para que tu desarraigues y destruyas, para que disperses y elimines, edifiques y plantes[3]. Por lo tanto, como buen pastor, visitando personalmente las iglesias de la provincia, no sin gran esfuerzo, a semejanza del divino Maestro, pasó auxiliando y sanando las heridas del rebaño; trabajó con todos los esfuerzos posibles para reprimir y erradicar los abusos, que se encontraban en todas partes, tanto por ignorancia como por negligencia de las leyes; se opuso a la perversión de las ideas y a la corrupción de las costumbres que se desbordaban si apenas freno sobre escuelas y colegios, que el abrió para la educación de niños y jóvenes, congregaciones marianas, que multiplicó después de haberlas conocido en su primer florecimiento aquí en Roma; hospicios, que abrió a los jóvenes huérfanos, refugios que abrió a los desamparados, a las viudas, a los mendigos o desvalidos por la enfermedad o la vejez, hombres y mujeres;

  1. Conc. Prov. VI, sub finem
  2. 1 P IV, 17.
  3. 1 P IV, 17.